Él coreaba tangos sentado en el patio -era verano-, y
cantaba del barrio de las latas se vino pa’ Corrientes, con un par de
alpargatas y pilchas indecentes;
y cantaba araca
París, salute París, rajá de Montmatre, piantate infeliz;
y hacía con sus manos como que tocaba un bandoneón de
teclas transparentes.
Pero también a veces me decía: “el tango me gusta
acompañado de guitarras”;
entonces, como que de pronto recordaba y, al punteo de
seis cuerdas invisibles,
entonaba en la puerta de un boliche, un galán encurdelado,
recordaba su pasado, la mina que lo amuró.
Sin embargo, siempre me ocultó lo del final extraviado
de Contursi.
(En un mundo como el que me proponía, las cosas no tenían
por qué haber sido así de tristes, al fin y al cabo).
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